"...A lo largo de mi vida, he echo Dioses de quienes me rodean y a quienes yo me siento unida..."

Ahora que estoy en el programa, en Neuróticos Anónimos en Linea, donde poco a poco, a través de las experiencias que me regalan los compañeros así como la literatura, voy dándome cuenta que aquello que llamaba amor es sólo una necesidad enorme de aceptación, una obsesión cruel y mortal de eliminar la desquiciante sensación de soledad y aislamiento que experimento desde la infancia por la enfermedad de la neurosis que me convierte en un ser incapaz de crecer emocional y psicológicamente, un ser incapaz de amar, por lo tanto un ser completamente dependiente de la vida de quienes me rodean.

A lo largo de mi vida, he hecho de quienes me rodean y a quienes yo me siento unida o de quienes yo siento derecho por un vínculo fraternal, amistoso o amoroso, dioses supeditados a mis deseos, necesidades y caprichos, dioses de barro a mi servicio, sin sentimientos, pensamiento o vida propia. Me resienten sus necesidades, me resiente su libertad a tal grado que enloquezco en arrebatos de ira, gritos, golpes, silencios manipuladores, indiferencia, depresiones, disturbios y perturbaciones de suicidio o de matar; conmiseración, buscando que, conmovidos por mi enfermedad, cedan a mis caprichos, a mis conceptos, a mi miseria humana porque para mi, esas personas (madre, padre, hijos, pareja, amigos, no amigos, etc) ellos no son personas, no tienen valor ni importancia sus sentimientos. Exijo más de lo que puedo dar y jamás asumo mi compromiso en ninguna relación. No respeto, no tolero, no comprendo, no soy capaz de dar absolutamente nada de mi, ni espiritual, ni física, moral o económicamente.

"... No había un momento de paz mental, emocional o espiritual para mí..."

Recuerdo que en una ocasión, con la pareja actual, mi impotencia por controlar su vida, su forma de beber, sus pensamientos, su persona, sus conocimientos, su preparación que exacerbaban mi sentimiento de inferioridad, su capacidad para vivir y mi insatisfacción constante, con los celos descoyuntados por los fantasmas de una relación anterior, por la idea obsesiva de una mujer de él antes que yo, por ser incapaz de aceptar la situación económica crítica que vivíamos , por la humillación que sentía de las ideas de los padres al respecto y de lo que mi mente generaba al respecto, por el miedo al abandono, por el obsesivo y constante miedo al abandono; ¡locura total! Le agredí, le agredí verbalmente, físicamente, agredí con mis actitudes a la familia, sintiendo la locura de las emociones agolpadas en mi cabeza, del odio enconado hacia mi, hacia a todo, hacia nada, el odio quemante y silencioso que calcinaba una por una mis entrañas, que alcanzaba hasta el más mínimo resquicio de mis pensamientos me mandó al infierno de la culpa, al profundo infierno de la zozobra agonizante que produce el enfermo remordimiento de conciencia, que taladra, que no cesa; me mandó al suelo de la cocina, allí dónde se encontraba mi valor, mi ser, mi voluntad, mi vida, bebiendo cerveza, incrementando la cuenta del abarrote que nos salvaba del hambre y con un frasco de pastillas en la mano, queriendo terminar con mi vida para ser valorada, para herir a la dependencia, a todo el mundo que me había rechazado hasta ese momento de mi vida, para consumar mi venganza mental dónde veía el sufrimiento de quienes me habían lastimado según mi mente. Disturbios de suicidio, disturbios y más disturbios pero nunca consumarlos por cobardía. Más, más odio y resentimiento hacia mi vida, hacia mi persona, hacia los demás, hacia el otro, en un interminable círculo vicioso espiral que estrechaba más y más el camino, la vida y sus opciones para mí.

No había más para mí, me decía la mente. Sólo odio y agresión para mí y por consecuencia para los demás, en la búsqueda de la muerte, de matar o morir, de querer terminar con mi vida por querer terminar con el sufrimiento espiritual que llevaba a toda hora, en todo momento. No había un momento de paz mental, emocional o espiritual para mí. Ese sufrimiento me hizo llegar al programa porque ya no podía más con mi vida, porque sabía en lo profundo que iba a enloquecer, iba a matar o iba a morir de alguna u otra manera, por miedo al psiquiátrico.

Serenas 24 hrs